miércoles, 26 de mayo de 2010

Artículos del poeta Cheij Andai


Mi madre

Y la vida sigue igual para mí y mis hermanos cuando ella nos abandonó definitivamente. Nuestra madre hace tiempo que decidió dejarlo todo, hasta sus propios hijos. Solo su penetrante mirada la delataba que aún vivía. Sus sentimientos y su persona los aparcó al otro lado de la vida; quizás junto a su marido, que se apresuró a dejarnos.

Mi madre poco aguantó. Se quedó entre dos aguas, sin él y sin nosotros, simplemente se volvió loca. Mucha pena en muchos años, hasta que al final dejó de respirar en una noche aciaga. Gran pena sentimos sus hijos, cuando la vimos en el limbo de los incomprendidos. La llamaron urgentemente del paraíso, según oí decir a mi tía. Mis hermanos y yo empezamos a vivir ya sin su cuerpo y sin su alma.

Muchas veces nos dijo, en serio y no tan en serio, que se arrepentía de haber venido al exilio y que odiaba a la mayoría de su familia, siempre maldecía al infortunio que nos tocó vivir y de ninguna manera quería compartirlo, era más fuerte su desgano por luchar y se hibernó, temporada tras temporada.

Cuando se fue al más allá, en cuerpo y alma, se fueron con ella, algunos fantasmas, se llevó el hado de los desalmados que pernoctan con la caridad de los fieles y los no tanto y, se llevó la inconsciencia de la paranoia.

Me apresuré a casarme luego, temía al desamparo. Mi vida se hizo un poco más lógica y me desarmé de algunas culpas.

Ahora soy más sensato, aunque huérfano. Mis hermanos sucumben en otras penas y otras glorias. La verdadera vida está al cruzar la esquina o al ir al mercado o, como no, en el paraíso celestial, a donde fue nuestra madre. Ya nos contará y le contaremos, donde quiera que nos encontremos. Espero que esa vez me reconozca.

Ella vivía porque sí, pero estaba loca, muy loca.

Mi madre loca

Mi madre cuerda

nació antes que yo,

en un día azul

sobre una alfombra amarilla.

Mi madre es de sangre

turbia y venas vagas.

Tuvo el honor de vivir

adulada por su vecino,

odiada por su ropa

y enamorada de su abuelo

Loca

loca, loca, loca, loca, loca.

así vivió en mi ausencia.

Cuando volví,

Estaba rematadamente loca.

Exilios, II

La novia

Reza el viejo proverbio: el que se casa, casa quiere. Y, Maatala quiere la suya. Ya se había hecho lo primero, dignamente. Bien casado con la moza que le cautivó, que le susurró con los ojos lo que escondía debajo de su cotidiana y a veces elegante melhfa. Ese cuerpo celosamente cubierto y recubierto y que nunca nadie se osó a cuestionar y desde luego ella misma exhibe como arma de mil cañones.

Ella casa quiere, hijos y también alfombra para guardar debajo, quizás, la suciedad de los años incómodos del exilio. Lo demás del ajuar es pura patraña de la sociedad. Pero Fatma es digna de sí misma y Maatala es el merecedor “dignamente o no”, de sus motivadas ganas y anhelos. Ahora ellos son la nueva familia que reverdece en los campos de refugiados saharauis y de paso germinarán otra criatura que brotará desde la esterilidad de la incomprensión. Amén del porvenir.

El Sahara como nación, tristemente observa a sus coetáneos iniciarse en el cotarro de la vida conyugal y nada puede hacer por ellos. Maatala sacude su patriotismo una y mil veces para ganarse el pan y no le da. Ella menea su esqueleto pensando más acá de ese patriotismo y él apenas se resiste a la invitación más terrenal.

La abraza y la ama, la posee y se sacia. Entre susurro y ternura ella le exige y le recalca que casa aún quiere.

Y ahora qué?, balbucea Maatala. Y al ritmo de los tambores de una conciencia mermada por la razón de la sinrazón, se autoexilia en solitario en otras tierras de la mar adyacente.



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