jueves, 8 de mayo de 2008

Desde el tórrido Sahara hasta las aulas universitarias en Cuba



• En el aniversario de la declaración de independencia de la República Árabe Saharaui Democrática


Por Leandro Pérez

La mañana en que conocí a Yahadih Salma, parecía venir arremolinado por la arena y los vientos del Sahara. Una amiga común nos hizo coincidir en el apretujado cuarto universitario, junto a otros amigos, y amigos de los amigos, para festejar su cumpleaños y las enormes ganas de vivir, de soñar y apostar por el futuro.

Inquieto, apasionado de los deportes y amante de la belleza de las cubanas, la conversación inicial con el joven Árabe Saharaui fue descubriendo además, las simpatías mutuas por el equipo Santiago de Cuba, los jonrones de Kindelán, y las atrapadas de Pacheco en segunda base.

Con el tiempo las charlas se repitieron, se multiplicaron en espacios y riquezas. Conocí las arenas del desierto sin mover un solo pie de la universidad, supe que en la tradición árabe la primera taza de té es amarga como la vida, la segunda es dulce como el amor y la tercera suave como la muerte.

Descubrí y aprendí a respetar la religión musulmana, la disciplina que impone a sus devotos, del coloniaje Español en su país, de la Lucha del Frente Polisario, de la injerencia Mauritana y Marroquí y del inagotable espíritu de lucha de su pueblo.

Con el diálogo fuimos ganando un pasaje al enriquecimiento común y al respeto por las sanas diferencias. Ese intercambio me ayudó a entender otra faceta de la obra de la Revolución, me regaló un amigo y dio la posibilidad a Yahadih de estudiar en Cuba, al igual que a más de 20 mil jóvenes Saharauies en los últimos 30 años.

Mucho antes de concluir mi carrera universitaria perdimos el contacto sin pretenderlo. Nunca pudimos despedirnos, ni intercambiar direcciones, ni pactar un encuentro para el futuro mediato.

Pero atesoro la satisfacción de saber que al otro lado del Atlántico hay alguien dispuesto a defender su tierra como yo la mía. Una persona que llevó consigo, además del conocimiento, la vocación solidaria aprendida en esta Isla.

Hoy el desierto perdió aquel halo místico que le otorgara mi desconocimiento, mas confío en que bajo el sol, el mismo sol, marcha mi amigo construyendo el mañana que soñamos, dispuesto a volver a las armas cuando la patria le convoque.

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