Por Ileana Sifonte León
Fotos: Idael Varela Ferrer y Nohema Díaz
Un nacimiento representa el
principio de todo - es el milagro
del presente y la esperanza del futuro.
Las canas, como símbolos de experiencia, hace tiempo adornan sus cabellos. Incluso pudieran revelar las preocupaciones y tropiezos que encontraron en el camino de la Ginecobstetricia, profesión que escogieron al ser cautivados con la posibilidad de ayudar a traer al mundo a una criatura.
Conocidos por muchas generaciones de gestantes, los galenos avileños Ramón Riverón Rodríguez y Ángel Alberto de Armas Abrante, especialistas de primer y segundo grados, respectivamente, hacen del día a día una constante batalla por la vida en el hospital Doctor Antonio Luaces Iraola, de la provincia cubana de Ciego de Ávila.
“Este trabajo encierra mucho sacrificio, dedicación, y hasta valentía. Para ser un buen obstetra hay que saber adoptar decisiones rápidas y certeras, y ello lleva implícito una elevada capacitación,” comenta Riverón.
“En los primeros años, muchos tenían la idea de que las mujeres no podían desempeñar la labor, porque eran indecisas, pero la realidad ha demostrado que no es así y hoy contamos con siete especialistas y nueve residentes del género femenino.
Ramón Riverón Rodríguez |
“La profesión tiene muchos momentos gratificantes y uno de ellos es convertirnos en abuelos, pues no son pocas las mujeres que atendimos años atrás y que hoy vienen para que les hagamos el parto a sus hijas.
“Esa es una de las principales recompensas, sin contar las ocasiones en que al encontrarnos en la calle, durante el ajetreo cotidiano, varias personas nos detienen para saludarnos o invitarnos al primer cumpleaños de su niño o niña.
“Siento que soy padre de tantos bebés, incluso de los que ayudé a nacer en los campamentos de refugiados del Frente Polisario, en pleno desierto de Sahara. Allí, encontrar una embarazada con seis gramos de hemoglobina era prácticamente un privilegio, por lo que había que tomar muchas precauciones para que el parto fuera exitoso.”
Se emociona mientras rememora alguna anécdota de su desempeño diario o la alegría que experimentan las familias ante la llegada de un nuevo integrante, mas la tristeza lo invade ante una de mis interrogantes. Sale del local con la intensión de no dejar escapar una lágrima en presencia nuestra, luego regresa y responde: “lo más duro es ver morir a una mujer sin poder evitarlo”.
Con este criterio también coincide su colega Ángel Alberto de Armas, participante en la lucha contra bandidos, que por más de 49 años ha tenido que enfrentar muchas situaciones complejas.
“Nunca podré olvidar aquella madre con quemaduras graves que vigilamos tantos días en el Hospital Nacional para cuando falleciera poder salvar su bebé, o la gestante que llegó muriendo al cuerpo de guardia del Calixto García y en la propia camilla logramos hacer la cesárea y asegurar la vida al niño.
“Fueron momentos difíciles. Durante los primeros años de la Revolución teníamos que atender una gran cantidad de parturientas solo con el apoyo de una comadrona. En aquella época en este hospital se efectuaban hasta 500 partos mensuales.
“Luego surgieron las enfermeras obstétricas, con un mayor nivel de preparación, las que garantizaron las primeras atenciones en los municipios, después se nos incorporó el médico postgraduado y más tarde acreditaron la institución como docente, lo que nos permitió contar con internos, residentes y especialistas.
“Actualmente disponemos de 26 ginecobstetras, quienes en el 2008 realizaron 2 700 partos. Estos tienen la responsabilidad de cubrir las diferentes áreas de esta disciplina médica en nuestro hospital y atender a los estudiantes.”
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