Fátima Moh. Alí. / R. SÁNCHEZ
Tiene 32 años. Su objetivo, como el de muchos miles de médicos en España, es terminar la residencia, o lo que es lo mismo, acabar el MIR en la especialidad de médico de Familia, aunque en realidad, de haber podido elegir, se habría decantado por la ginecología o la pediatría. «En mi país hace mucha falta», asegura. Su trabajo lo simultanéa entre el Centro de Salud de Santoña y el Hospital Comarcal de Laredo.
Como a cualquier chica de su edad, le gusta compartir con sus amigos el poco tiempo que le queda tras las largas horas de servicio. Le encantan los bailes de salón y la bachata, la salsa y el merengue. En todo caso, el dominicano Juan Luis Guerra es su artista preferido, aunque también tiene preferencia por los dos David españoles, «el Bustamante y el Bisbal», dice.
Hasta aquí, su perfil se podría corresponder con el de cualquier chica de su edad. Pero no estamos hablando de una médico española más. Ella es saharaui. Se llama Fátima Moh. Alí: «Pon el punto tras la hache para que no me confundan con el boxeador Mohamed Alí». Es de mediana estatura y aspecto muy cuidado. Esconde su timidez inicial tras unas gafas de color granate, luce pendientes y colgantes, y cuando arranca a hablar, no hay quien la pare.
Es la cuarta hija de seis hermanos. Tiene a su madre viviendo, como tantos refugiados del Sáhara, en el campamento argelino de Tindouf. Estudió en árabe en los colegios de éste lugar y cursó bachillerato en Argelia, antes de matricularse en Medicina en la Universidad de este mismo país.
A partir de ahí, se marchó a Cuba con una beca del gobierno de aquel país como casi el 90% de los estudiantes universitarios del Sáhara. «El resto, se marcha a Rusia o mínimamente lo hace en España», afirma.
De Cuba evoca los ocho meses que pasó aprendiendo español para incorporarse a la Facultad. «Mi padre, que murió en la guerra, lo hablaba por haber pertenecido en su día al Ejército de España. Mi madre, sin embargo, no».
Su estancia en la isla caribeña se prolongó durante más de tres años y medio. «No te puedes imaginar el cambio que supuso para mí, con otra religión, otra cultura», asegura.
Falta infraestructura
Luego, regresó de nuevo a Tindouf a ayudar a los suyos. Allí, no sobran médicos titulados. «No tenemos a nadie por encima que nos asesore. Los demás son personas que no han estudiado, pero que tienen la experiencia de la guerra. Trabajar allí, con los escasos medios que tenemos, es muy difícil, sobre todo para diagnosticar las patologías, sin disponer de apenas aparatos. Tienes que tener un buen ojo», enfatiza.
Ahora está en Cantabria gracias a la ONG Anarras (Amigos Navarros de la República Árabe Saharaui Democrática), que realiza hermanamientos con su país
Su vida transcurre entre el trabajo y las horas que dedica a dormir. «Es que terminas agotada».
Los ratos de ocio para compartir con los amigos y amigas, generalmente saharauis que viven en Bilbao, llegan algún que otro fin de semana.
En todo caso, dice que para sacar el MIR «tienes que llevar una vida de monja». Y es que -explica- «como yo tengo que trabajar para vivir, mantenerme, pagar el alquiler, etc., no tengo tiempo para nada y tengo que estudiar mucho».
El futuro pasa por conseguir esta titulación, «pero si mañana mi país consigue la independencia me vuelvo ya, sin pensarlo».
A pesar de la distancia, conserva sus costumbres, reza sus cinco veces al día, pero se toma la religión de forma moderada. «De hecho, ya ves que no voy tapada».
En Laredo suele vivir con una sobrina, que viene a España con familias de acogida y que ahora está en Sevilla.
A la hora de los agradecimientos no tiene fin. Desde su compañera de hospital, Edy Gutiérrez, quien la acompaña en la entrevista y es una gran conocedora de los problemas de Tindouf, donde acude regularmente para ayudar, al servicio de Urgencias del Hospital de Laredo, especialmente a Carlos Teja, Lorenzo, Manuel, Quevedo, Abascal, Méndez, internistas y doctores, enfermeros y auxiliares. En definitiva, «gracias a todos».
No hay comentarios:
Publicar un comentario