La sombra de mi alma
Aun conservo el grato recuerdo cuando en 1998 en Rabuni yo y mis compañeros de la Generación de la Amistad nos reuníamos alrededor de la espuma de un té verde y empezábamos a hablar de Antonio Machado, de Nicolás Guillén, de Mario Benedetti y de otros tantos poetas de habla hispana, leíamos sus versos y luego cada uno de nosotros sacaba del bolsillo de su camisa un poema y empezábamos a analizar detalladamente cada palabra, cada punto, cada coma y cada sentimiento exiliado que nacía de la amargura o dulzura de aquella situación; así es como empezamos a dialogar con el siroco viento que traslada la arena del desierto de un lugar a otro ese mismo viento nos ha llevado a describir la crueldad y la humanidad de la arena del Sahara Occidental.
Cuando alguien se siente inspirado y es capaz de entender e interiorizar cada imagen o palabra que nace de su interioridad es capaz de crear un enorme castillo de esperanza, un castillo que tiene la fuerza del alma y late como el corazón cuando se siente sediento de libertad e imaginación, así es como nace La Música del Siroco que es el título del libro que vamos a presentar hoy aquí; este libro de poesía es un puñado de arena, mar y bosque, porque en él se reúnen los contrastes de la vida cuando viaja y vuelve como lo hace una ola de mar cuando abraza la arena.
En la soledad de una colina nace y muere la historia de una leyenda, esa leyenda no es más que la huella de un nómada que quiso volver a su tierra y confió su destino al viento convertido en siroco de esta forma quería abandonar su eterno exilio y volver a las llanuras en las que alguna vez corrió detrás de sus dromedarios en libertad, el hombre quería que su canto se apoderase de su cuerpo y con su cuerpo conquistar las dunas del desierto cuando danzan en libertad mirando la sombra de la tarde.
Este libro que ahora tengo en mis manos no es más que la verdad de mis ideas, de mis sueños, de mis convicciones como ser humano que cree ciegamente en la belleza como creación suprema para entender el mundo que nos rodea, que sería de nosotros sino somos capaces de transmitir belleza en medio del dolor y la dureza en eso consiste la historia de cada verso que baja de la cumbre de una montaña para dormir su infinito sueño en una interminable llanura de amor, bondad y justicia.
Esta es la historia de un dromedario que se perdió en el desierto cuando envenenaron el agua de su pozo, sin fuerzas y perseguido por sus verdugos subió encima sobre la cúspide de una montaña y decidió para siempre no bajar hasta ver caer del cielo las gotas de una nueva lluvia que le devolvió la verdadera fuerza que tiene La Música del Siroco, ese canto que de pequeño escuchó a su abuelo cantar cuando iba persiguiendo gacelas en medio de la inmensidad.
Un lagarto del desierto se hizo amigo de un caimán caribeño y juntos cruzaron un mar de dunas, un océano de agua y se abrazaron bajo la melodía de una profunda hoguera encendida de versos, imágenes y palabras; de las cenizas de esa hoguera nació La Música del Siroco.
Ali Salem Iselmu
El autor nació para la literatura en Cuba. La bella y exuberante isla inspiró a un joven Ali Salem a escribir, el choque del ocre desierto frente al verde furioso y el azul del Caribe le impulsó a seguir la senda de la poesía. Aquellos años, más de una década, empapados de la alegría, la música y la sonrisa de Cuba, la buena madrastra de acogida, marcaron la melodía de los poemas de Ali Salem. La vuelta a los campamentos y el reencuentro con sus raíces nómadas los llenaron del perfume del desierto. Por algo Ali Salem lleva dentro del alma “ser beduino y caribeño” como dicen sus versos.
Cuba, la condición de inmigrante, la guerra, la familia, el exilio, el amor, los olvidados, los campamentos, los amigos, sus compatriotas que resisten en las zonas ocupadas, todos son inspiración para los versos de Ali Salem Iselmu, que con enorme ternura y sentimiento, los evoca, recuerda, compadece y acompaña.
Pero es el Sahara, su tierra amada y añorada hasta el dolor, la verdadera protagonista de estos poemas. La madre, Gali, y el Sahara, presentes en todo momento a pesar de “la distancia que les separa”.
Como Emhammed uld Tolba convirtió en eterna la hermosura del Sahara en su Tierra de las colinas “las partículas de tu encarnada arena parecen oro”, o Chej Mohamed El Mami enamoraba a la bella Tiris con sus encendidos versos de amor a la tierra, o Badi Mohamed Salem, el más grande poeta saharaui vivo recuerda con nostalgia “nuestras acampadas en Ayuer, Tartag y allá otras hoy desiertas en Agzumal”, Ali Salem Iselmu canta a El Aaiun sublevado “En el barrio Maatala / orgullo saharaui / El Aaiun es rebelde, / es soberana / es libre”, a su península ausente, Dajla “Pequeña y blanca, / besas el mar / y resistes / eterna / el saqueo / de tus verdugos“, a la majestuosidad de la mítica Tiris “recuerda que existe una tierra sin amo y sin dueño, / espejo y alma de todo ser inocente“, en definitiva Ali Salem canta al Sahara “Decirles que la tierra no es de ellos / que la gente no es de ellos / que las piedras necesitan ser libres. / Decirles que el desierto solo conoce / a los nómadas dueños del sol y el viento”. El Sahara sin duda se siente afortunada por estos hijos suyos que no decaen ni dejan de amarla durante la larga espera". (Conchi Moya)